lunes, 20 de octubre de 2008

¿Cómo dejar de ser de izquierdas y no morir en el intento?

Personalmente nunca he caído en el “pecado” de ser de izquierdas y por ello he tenido la impresión de ser tratado de tío raro por no ser de izquierdas o nacionalista y para acabar de agravarlo, ser católico.

Para aquellos que no se atreven a salir del armario de la izquierda se ha publicado el libro “Por qué dejé de ser de izquierdas”. Varios periodistas, desde Federico Jiménez Losantos a Pío Moa explican como pasaron de la militancia radical de izquierdas a la ideología liberal.

En la página web del libro se puede leer alguno de los testimonios, sirva de ejemplo este fragmento de César Vidal en la que narra claramente cómo algunos “católicos” de izquierdas intentan justificar su militancia política en la supuesta comunión con la doctrina de la Iglesia. ¿Es posible ser de izquierdas y ser católico? Sobre todo pensando en el caso de España (marimonios homosexuales, aborto libre, eutanasia, etc.):

“… Abandoné la izquierda, y resultó decisivo en mi caso, porque soy cristiano. Es cierto que durante años pensé –y estaba profundamente equivocado– que los valores de la izquierda eran algo así como una visión laica de los valores propugnados por el cristianismo. Pensaba yo –y erraba gravemente– que las palabras justicia, libertad o dignidad tenían el mismo significado. La realidad es que no se corresponden ni por aproximación. De la misma manera que el Jesús del Código Da Vinci sólo tiene en común con el de los Evangelios la colocación de las letras del nombre. Conceptos como los de justicia, libertad, dignidad o vida son diametralmente opuestos en la formulación de la Biblia y en la de la izquierda. Entrar en un examen detallado de la cuestión podría ser objeto de un ensayo, pero, obviamente, desborda la finalidad de estas páginas. Basta, sin embargo, ver cómo los denominados cristianos de izquierdas acaban siendo mucho más de izquierdas que cristianos, o cuáles son las posiciones de la izquierda sobre la vida o la familia, para percatarse de que entre ambas cosmovisiones se despliega un abismo tan insalvable como el que separaba a los réprobos del Hades de los bienaventurados del seno de Abraham en el Evangelio. Una persona que, de verdad y de corazón, ame las enseñanzas de Jesús no encaja con una visión del mundo que pretende controlar al ser humano desde antes de nacer –para facilitar su eliminación– hasta su muerte –para despenalizar su eliminación–, ni tampoco con discursos que pretenden encerrar a los creyentes en sus lugares de culto, o que pasan por alto la naturaleza humana, o la mera realidad, a la hora de pensar en las tareas de gobierno.”


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