martes, 23 de noviembre de 2010

El tiralíneas de Churchill

Artículo de Xavier Batalla publicado en La Vanguardia, 23 de enero 2010

Winston Churchill, de cuyo fallecimiento se cumplirán este domingo cuarenta y cinco años, fue un gigante del siglo XX que tocó todas las teclas. Fue corresponsal de guerra, historiador, orador, gran bebedor de coñac y primer ministro. También fue pintor, albañil, novelista, aviador, soldado y propietario
de caballos. Y también fue inventor. En marzo de 1921, en El Cairo, inventó el Oriente Medio moderno.

Churchill, entonces secretario de Colonias británico, convocó una conferencia
en El Cairo después de que la Sociedad de Naciones otorgara a Londres los mandatos de Palestina, Transjordania e Iraq. Churchill reunió a cuarenta expertos y políticos, entre ellos Gertrude Bell, la primera mujer nombrada para un puesto con autoridad política en el servicio colonial británico; sir Percy Cox, alto comisionado en Mesopotamia, y T.E. Lawrence (Lawrence de Arabia, para entendernos). A estos cuarenta, Churchill los denominó, con humor inglés, los “cuarenta ladrones”, según Christopher Catherwood, autor de Winston's folly (2004). Y en el cónclave, rodeado del mayor secreto, se tomaron decisiones sobre las hasta entonces provincias árabes del imperio otomano que aún hoy hacen de Oriente Medio una región convulsa. Primero se diseñó el reino títere de Iraq para Faisal ibn Husein, que pasó a ser Faisal I; después, con el mismo tiralíneas, se dibujó el emirato de Transjordania (hoy, Jordania) para Abdulah I ibn Husein, hermano de Faisal y también hijo de Husein ibn Ali, quien en la Primera Guerra Mundial cambió de bando, animado por Lawrence, para apoyar a los británicos. Catherwood ha escrito: “No es ninguna exageración afirmar que (Churchill) creó el mapa de Oriente Medio que hoy conocemos”.

Londres hizo promesas contradictorias para ganar aliados contra los otomanos,
que luchaban junto a los imperios alemán y austrohúngaro. A los árabes les prometió la independencia; a los judíos, un Hogar Nacional en Palestina (declaración Balfour, 1917), y, secretamente, pactó con París (acuerdo Sykes-Picot) el reparto de los territorios que había prometido a árabes y judíos.

En 1915, sir Henry McMahon, alto comisionado británico en El Cairo, entabló las primeras negociaciones con Husein ibn Ali, que se decía descendiente de Hachem, a su vez descendiente de Ismael (hijo de Abraham) y bisabuelo de Mahoma, por lo que era reconocido como jerife de La Meca, en Hiyaz, región de la península Arábiga. McMahon prometió a Husein que si los árabes se alzaban contra los otomanos, Gran Bretaña estaba “dispuesta a apoyar la independencia de los árabes dentro de los límites solicitados por el jerife de La
Meca”. El tiralíneas colonial trazó entonces una divisoria un tanto difusa, pero Husein entendió que todos los territorios se convertirían en un Estado árabe independiente. Londres no pensaba exactamente lo mismo. Años más tarde, McMahon dio su versión: “Considero que era mi deber afirmar, y así lo hice de manera enfática, que no pretendía asegurar al rey Husein la inclusión de Palestina en el área sobre la que había prometido la independencia árabe”. (London Times, 23/VII/1937).

En 1916, Mark Sykes, diputado británico, y Charles-Georges Picot, ex cónsul general francés en Beirut, concluyeron un pacto secreto, con la aquiescencia de Rusia, para repartirse los territorios árabes e ignorar lo que McMahon había prometido a Husein. Francia se quedó con la costa siria (hoy, Líbano); Gran Bretaña, con Bagdad y Basora (hoy, Iraq); Palestina sería administrada internacionalmente, y el resto (las actuales Siria, Mosul y Jordania) tendría jefes árabes supervisados por los gobiernos de París y Londres.

Nada más suscribir el acuerdo, sin embargo, los británicos se arrepintieron. Primero exigieron controlar Palestina y después desaprobaron que Mosul, donde comenzaba a brotar el petróleo, pasara a Francia. En 1920, en San Remo, Oriente Medio fue dividido en cinco mandatos de la Sociedad de Naciones que deberían preparar las independencias: para París, Siria y Líbano;
para Londres, Palestina, Transjordania (hoy, Jordania) y el actual Iraq, integrado por Mosul, Bagdad y Basora.

Churchill consideró que Londres, con estos arreglos, cumplió lo prometido por McMahon. Pero los tres hijos de Husein no tuvieron suerte. La dinastía iraquí de Faisal fue derrocada en 1958. Abdulah reinó en Transjordania hasta 1951, cuando fue asesinado por un palestino. Y Ali sucedió a su padre en Hiyaz hasta 1925, año en que Ibn Saud, futuro fundador de Arabia Saudí, se lo arrebató. Ocho decenios después, en el 2003, Churchill fue la fuente que inspiró a Bush, quien, al invadir el Iraq de Sadam Husein en otro mes de marzo, quiso inventar
el Oriente Medio del siglo XXI.

viernes, 18 de junio de 2010

De Gaulle y Churchill






Exactamente 70 años separan las dos imágenes. David Cameron se ha reunido con Nicolas Sarkozy como sus antecesores hicieron el 18 de junio de 1940.

Sir Winston Churchill recibía al General Charles De Gaulle, líder de las Fuerzas Armadas de la Francia Libre, exiliado en Londres después que el Mariscal Pétain rindiera el país tras la ocupación de París por las fuerzas nazis.

Desde los estudios de la BBC, De Gaulle se dirigió a la resistencia para mantener la grandeur ante la invasión alemana. Ese discurso, fue más simbólico que efectivo pues millones de franceses huían de su país mientras se emitían las palabras del General, poco conocido en la época.

Para la historia quedan las palabras de De Gaulle exhortando a sus compatriotas (discurso en francés y castellano).

La prensa de la época recogía en aquellos días la reacción de Churchill ante el armistricio de Francia y garantizaba que Inglaterra lucharía hasta el final. Aquél mismo 18 de junio pronunció uno de sus más importantes discursos que finalizaba: “Vamos a hacernos cargo de nuestras obligaciones y seamos conscientes de que si el Imperio Británico y la Commonwealth perduran por miles de años, los hombres seguirán diciendo: ésa fue su mejor hora."



Dos veteranos periodistas escriben su vivencia de aquellos días en La Vanguardia.

Charles De Gaulle. Por Jaime Arias:

Recuerdo bien el 18 de junio de 1940. Día de gloria en la vida de Hitler y de oprobio para la Francia y la Europa democráticas. Jornada cumbre de la guerra relámpago, la imparable blitzkrieg desatada por las veloces divisiones blindadas alemanas. Fecha límite de la humillante debâcledel ejército que se creía el primero del mundo. En Barcelona, en la provisional oficina de prensa anglofrancesa, instalada en un piso de la plaza Catalunya, lágrimas y caras largas ante noticias y comunicados de guerra, a cuál más tétrico. Pocos reparaban en un breve despacho de Reuters que hablaba por vez primera de un tal De Gaulle, recién ascendido a general, llegado a Londres y recibido por Churchill, que esperaba en vano a su colega y amigo Paul Reynaud.

Al otro lado de la misma plaza, sobre la moderna fachada de un inmueble bancario, ondeaba una gran bandera con la cruz gamada. Detrás de los ventanales, era perceptible un movido bullicio de funcionarios que contrastaba con la inactividad del contiguo y vetusto edificio de la Société Générale, sede del consulado de Francia, en cuya balconada sólo aparecía una triste bandera tricolor. Aquel mismo día, Pétain iba a París al encuentro del Führer para sellar la rendición.

De Gaulle nació para ser uno de los gigantes del siglo XX. Nada le venía ancho. Físicamente ya imponía. Grandes fueron sus gestos y sus gestas, su cultura, su hábil manejo del verbo y de la pluma, su sentido del deber como ciudadano, soldado o jefe de Estado, y su visión de la historia. Philippe Pétain fue su primer maestro en el arte militar y, luego, su antagonista a la hora de salvar el honor del país y situarlo entre las llamadas grandes potencias de la posguerra. Pétain, durante mucho tiempo, vio en su discípulo predilecto a su otro yo, el joven que le hubiese gustado ser: más culto, más técnico, más inteligente, "el mejor", según afirmó un día el mariscal y héroe de Verdún. Conoció a fondo las virtudes de De Gaulle, su firmeza y coraje frente al enemigo, igual de oficial a finales de la Primera Guerra Mundial que de coronel a principios de la Segunda. También conocía sus defectos de arrogancia y ambiciones políticas.

Hijo de un profesor de historia en el colegio de los jesuitas de Lille, en el que fue educado, Charles de Gaulle pertenecía a una familia burguesa de noble abolengo venida a menos. Portador de un apellido evocador de raíces de la Francia profunda, se sentía un predestinado. Además del eufónico nombre, de su elevada estatura y erudita formación, en la escuela de Saint Cyr, se reveló con madera de líder. Allí le colgaron el apodo de el Condestable,medievalista dignidad de la milicia. Si su sola presencia física impresionaba, su rostro serio y sus largos silencios le infundían aún mayor superioridad que la que irradiaba al tomar la palabra, casi siempre serena.

Al reducido núcleo de primeros seguidores de la resistencia le sugestionaban, en plena debâcle,sus intervenciones "sobrias, punzantes, precisas, desprovistas de obviedades". A Churchill, por esos mismos días, no le produciría menor impacto. Y, algo más tarde, en el prólogo de la liberación de Europa, en Washington, igual impresión sacaron Marshall y Eisenhower, impacientes por conocer la auténtica personalidad del colega francés, que llevaba fama de rebelde arrogante y orgulloso. "Se creía Juana de Arco", al decir del propio Roosevelt tras el encuentro de Casablanca.

En efecto, además de su pasión por Francia, creía en sí mismo, en tanto que símbolo de la Francia éternelle.Guardián de sus esencias, sabedor de que no gustaba a todo el mundo y de que Churchill, campeón indiscutible de las democracias, solo ante el peligro, necesitaba tener a su lado la presencia de un aliado francés con autoridad moral para hablar claro y en voz alta.

De Gaulle, como él mismo admitía, era todo un fenómeno. Personaje complejo y polifacético, soldado de una pieza, duro, inflexible, cabe decir que hasta inhumano en la batalla frente al enemigo. Pero en el estudio y en la estrategia, militar reflexivo, ilustrado, intelectual a la manera de Cervantes, hermanando armas y letras, convencido de que, en la mayoría de los casos, la fuerza de la razón y de las palabras pueden más que la espada. Y de que la fuerza espiritual que supone la voluntad de un hombre es capaz de cambiar el curso de la historia. Y, como político, taimado y ambiguo, envuelto en el misterio.

Devoto de las teorías de Clausewitz y observador inteligente y perspicaz, De Gaulle se pronunció por un cambio radical en el empleo de la fuerza. Las nuevas armas y el creciente desarrollo de la motorización le dieron a entender que contra la inmovilidad y las tácticas de la guerra de trincheras de 1914-18 se imponía la guerra de movimiento, basada en ejércitos acorazados y adiestrados en operaciones ofensivas.

Pétain y la mayoría de los mandos no prestaron crédito a esas charlas futuristas, expuestas con claridad meridiana en L´armée du metier y Le fil de l´épée,que sólo hicieron mella en los especialistas más inquietos. Mayor caso, en cambio, hicieron en Alemania entre otros el general Guderian, creador de las divisiones Panzer, que se apuntarían victorias fulgurantes en el este y en suelo francés, apoyadas por la potente Luftwaffe, poder destructivo ensayado en la guerra civil española.

Las teorías gaullistas, además de inspirarse en estudios castrenses, se nutrían de lecturas filosóficas de maestros de la antigüedad y de su tiempo, con predilección por Bergson, a quien invitó a la tribuna de la escuela militar. El entonces comandante creía en la importancia de las tesis de la energía espiritual, de la pura intuición, del carácter y de la adaptación a las circunstancias, y en otros influyentes factores psicológicos. Si Ortega sentó la máxima de "yo soy yo y mi circunstancia", De Gaulle definía la acción diciendo que "son hombres en medio de las circunstancias", y que adaptado a ellas, a sus riesgos y sorpresas, se trata de saber explotarlas.

Formación superior que le tuvo mejor preparado que la mayoría de los estadistas de su época ante las tormentas que se echaban encima. Opinaba que "sea cual sea el rumbo que tome el mundo, no podrá prescindir de las armas". Pero hablaba con respeto a la sociedad civil y, aunque de filiación familiar monárquica, acataba las leyes de la República, convencido de que el deber del estadista era el de "conciliar la autoridad del Estado con la libertad de los ciudadanos". A la hora de la verdad, predicó con el ejemplo: fundó la V República, sobre la base de una Constitución que aseguró gobiernos estables, a diferencia de las anteriores, en permanentes crisis. Años fundacionales de cuyas rentas se sigue beneficiando la estabilidad del Elíseo. Pero siempre, tras consultas populares y elecciones generales, celosamente constitucionales.

Fue un soldado muy singular en la guerra y en la paz. Un presidente que colocaba a su derecha a un intelectual de desbordante personalidad e imaginación. Ministro de las ideas es como describe al titular de Cultura con quien compartió una insobornable pasión por Francia y el concepto de la Europa de las patrias. Sobre esa especial amistad ya escribí que aquel hombre de acción que había en André Malraux encontró en su héroe el mejor motivo de servicio a su país. De igual modo que en el intelectual que había en De Gaulle, este veía en el artista la pluma que perpetuaría su gloria. La del aristócrata de familia monárquica que por dos veces había salvado a la República.

De Gaulle no careció de sentido del humor. Por ejemplo, cuando salió ileso, de milagro, del atentado de la OAS, sólo dijo que había sido "Une plaisanterie de mauvais goût" (una broma de mal gusto). Tímido en el fondo, sus rasgos más sensibles solían refugiarse en el amor a Ivonne, la mujer de su vida, y reservaba una gran ternura a su hija Ana, con síndrome de Down. "Ahora, Ana ya es igual a todos los mortales", comentó al salir de su entierro.

De la política, una de sus obsesiones fue la de "saber salir a tiempo". También predicó con el ejemplo. Encontró el momento oportuno con el pretexto de un referéndum sobre la descentralizadora regionalización que suponía iba a perder. Se retiró a su sobria finca de Colombey con digna y silenciosa grandeza.

Aquel 18 de junio de 1940. Por Carlos Sentís:

Tal día como hoy, 18 de junio, el de 1940, se hallaba Francia en extrema depresión tras la firma del armisticio con las tropas alemanas que ocupaban el país. La guerra entre ambos países se había dado por concluida. Quienes a escondidas escuchaban Radio Londres, se encontraron con una voz para ellos desconocida. Tras una escueta autopresentación, el orador anunció: "Hemos perdido una batalla, pero no la guerra". ¿Quién era aquel hombre que había osado rasgar la estática situación? Pronto se supo. Era un coronel que el presidente del Gobierno francés, en plena debacle, había nombrado subsecretario de Defensa. ¿Y por qué? De Gaulle era un estudioso del Estado Mayor y había publicado un libro anunciando que la guerra que se presagiaba iba a ser "de movimiento" y no de trincheras, tesis contraria a la del Estado Mayor, que se creía a cubierto tras las enormes fortificaciones de la llamada línea Maginot, que cubría la total frontera francoalemana. Sin embargo, los alemanes la contornearon e invadieron Bélgica, desde donde penetraron fácilmente en Francia.

De Gaulle estableció una base en una lejana y pobre colonia, Brazzaville, a orillas del río Congo, para existir como Estado propio. "¿Cómo conseguiste ir allí como corresponsal de guerra?", me han preguntado en diversas ocasiones. No lo conseguí, me lo ofrecieron. Tras la constitución del doble gobierno francés, su embajada en España se escindió: unos permanecieron fieles a Vichy, de donde enviaron aun importante embajador, y otros se pusieron a las órdenes de De Gaulle. Pasaron unos meses y desde Argel llegó a Madrid el diplomático Jacques Truel, que viajaba de incógnito para conseguir que la prensa española, tan influida por la embajada alemana, dejara de referirse a De Gaulle como un "aventurero". Jacques Truel, a través de sus colegas, se dirigió a mí ofreciéndome que en el caso de obtener yo uno o dos periódicos importantes, el ministro de Información de De Gaulle, René Pléven, me invitaría a unirme como corresponsal a las fuerzas africanas. Tuve que sortear a los directores de Abc y La Vanguardia para recabar una credencial de don Ignacio Luca de Tena - monárquico oficial-y de don Carlos Godó Valls, conocido también por su anglofilia.

Cuando después de múltiples semanas llegué a Argel desde Brazzaville, el cónsul español allí, desde hacía pocos días, era Sangróniz, un alto diplomático. El rumbo de la guerra empezaba a cambiar y los aliados ya no perdían. Sangróniz me dijo: "No ha salido ninguna de sus crónicas. Ahora empezarán a hacerlo".

Se dice que no hay mal que por bien no venga, y a veces así ocurre. Desde Argel y con la guerra casi terminada, regresé a Barcelona, donde pude publicar los textos de aquellas crónicas, adaptados en forma de capítulos, en un libro, Áfricaen blanco y negro.Hice llegar un ejemplar al general De Gaulle, quien me contestó con una carta de agradecimiento que me confundió. Era yo quien debía estar agradecido.

Después, ya en París, De Gaulle no aguantó las luchas entre partidos, que habían reanudado su politiquería. Se retiró a su casa solariega de Colombey-les-DeuxÉglises. En aquel momento escribí un artículo en Abc titulado "Au revoir, mon général". No pocos se rieron de mí porque durante doce años De Gaulle no volvió, pero en mayo de 1958 fueron a buscarle y el mismo presidente de la República, René Coty, quiso, con la Cámara de Diputados, nombrarle presidente de un gobierno que debía, ante todo, vérselas con la guerra de Argelia y recomponer un panorama político tan descompuesto. Entonces corresponsal en París, asistí al discurso que De Gaulle pronunció en la Cámara, en horas de la madrugada, aceptando el encargo, pero condicionado a un cierto cambio de estructuras políticas basado en hacer más ejecutiva la presidencia de la República y estableciendo una mayor duración de las legislaturas. Mis contactos con De Gaulle fueron discretos. Fui a él presentado en el estadio de Brazzaville, durante un partido de fútbol en que los jugadores jugaban con los pies descalzos. Con el típico calor ecuatorial, por el enjuto rostro de De Gaulle se deslizaban perlas de sudor. Trasladados luego a Argel, le veía semanalmente en las conferencias de prensa que daba en tanto que presidente de la provisional France Libre. No era, pues, un amigo, como algunos han pensado. Simplemente me conocía y me llamaba por mi nombre.

Francia no habría sido considerada por los aliados victoriosa si el mariscal Juin no hubiera ascendido por la bota de Italia y Leclerc no hubiera entrado en París con su división, en la que había no pocos voluntarios republicanos españoles.

Charles de Gaulle tuvo que superar muchas dificultades en campo propio con el general Giraud y también entre los jefes del mando aliado, como Stalin y Roosevelt. No le invitaron a la conferencia de Yalta, en la cual el presidente americano no resistió la presión de Stalin.

En momentos en que cruelmente faltan líderes políticos en Europa, es bueno recordar a quien partiendo de un simple micrófono de Radio Londres encendió la luz de la esperanza y la resistencia de su país.

lunes, 31 de mayo de 2010

Maternidad y aborto

Después de tiempo sin escribir en los medios de comunicación, la semana pasada envié una “carta al director” a El Periódico, sobre una noticia reciente sobre las facilidades que quiere implantar la Generalitat para que las mujeres aborten.

Procuré escribir la carta de manera concisa y objetiva para evitar que la rechazaran o recortaran y quedara tergiversado el mensaje que quería transmitir. El resultado ha sido que el contenido de la carta es bastante exacto al original que envié si bien el título ha cambiado. El mío era “Maternidad y aborto” mientras que el que han publicado es “Libre elección” tal vez para querer vender que el aborto ha de ser libre. Justo lo contrario de lo que transmito en la carta.

Elección libre

Según informó EL PERIÓDICO en su edición del 24 de mayo, la Conselleria de Salut planea que el 50% de los abortos se hagan en casa mediante la píldora abortiva RU-486. Las primeras palabras que me han venido a la mente han sido la de aborto exprés. Es un paso más hacia la trivialización de un problema grave cuya primera víctima es la mujer y que, con esta medida, aún quedará más desamparada.

Leo que la maternidad precoz hipoteca toda la vida de las mujeres. Sin embargo, no se habla de las secuelas psicológicas que sufren las mujeres que, por un motivo u otro, abortan. Síndrome del que no se les informa, pues en muchas ocasiones no se les plantea otra alternativa que no sea poner fin a la gestación. Para ayudar de verdad a las chicas embarazadas se les debería dar un asesoramiento completo, explicándoles las alternativas de que disponen, incluyendo las consecuencias médicas y psicológicas, y ampliar las ayudas a la maternidad para que su elección sea, de verdad, libre.

jueves, 13 de mayo de 2010

"Sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas", setenta años después



Hay momentos en la Historia que se llega a un límite decisivo que marcará, para bien o para mal, los siglos venideros. Esto sucedió en mayo de 1940, Europa estaba en guerra y el nazismo avanzaba posiciones en el viejo continente. En la vieja Britannia, Sir Winston Churchill era llamado a liderar una Nación y defender los valores que representaba.

Hoy hace setenta años que prometió la victoria a toda costa y ofrecer “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Dios sabe que cumplió sus palabras.

Discurso en castellano e inglés.

Palabras para las horas difíciles

martes, 11 de mayo de 2010

David Cameron, Primer Ministro y Primer Lord del Tesoro



Una vez más se ha cumplido la tradición. Después de 3 años de gobierno, Gordon Brown ha comparecido junto a su esposa Sarah ante los medios de comunicación para anunciar que renunciaba como Primer Ministro. Acto seguido, ha recogido a los niños y se ha dirigido al Palacio de Buckingham para presentar formalmente a la Reina la dimisión.

Tras agradecerle los servicios prestados y mientras el ya depuesto Primer Ministro abandonaba el Palacio, el secretario de la Soberana llamaba a David Cameron para que se presentara ante la Reina con la finalidad de recibir el encargo de formar gobierno, convirtiéndose en el 12º Primer Ministro bajo el reinado de Isabel II.

Formalizado el nombramiento, David Cameron y su esposa se han dirigido al 10 de Downing Street para tomar posesión de su residencia oficial.

Justo sesenta años y un día después de que Winston Churchill se convirtiera en Primer Ministro.

Comunicado oficial del Palacio de Buckingham Palace:

"The Queen received the Right Honourable David Cameron this evening and requested him to form a new administration. The Right Honourable David Cameron recognised Her Majesty's offer and Kissed Hands upon his appointment as Prime Minister and First Lord of the Treasury."

viernes, 7 de mayo de 2010

Resultado de las elecciones británicas

http://www.fororeal.net/westminsterparliamentg.jpg

De las votaciones celebradas el jueves ha surgido, literalmente, un "Parlamento colgado". Esto significa que ninguna formación ha obtenido mayoría absoluta para formar gobierno, situación excepcional dado la preponderancia que da el sistema electoral al bipartidismo. El Partido Conservador ha sido el ganador pero queda lejos de los 325 escaños necesarios para decantar la balanza. El gran derrotado, además de Gordon Brown, ha sido el liberal-demócrata Nick Clegg, que a pesar de todas las expectativas y tras ser considerado el Obama blanco, ha retrocedido en número de diputados con respecto a 2005.

La victoria insuficiente de los tories puede alargar la formación de Gobierno hasta el 25 de mayo. Para los británicos es un plazo muy largo pues en casos de mayoría, el mismo día en que se conocen los resultados el Primer Ministro presenta la dimisión ante la Reina y acto seguido ésta llama al sucesor, mientras el depuesto apenas tiene tiempo de hacer la mudanza de Downing Street. En algunas ocasiones el Primer Ministro defenestrado ha tenido que buscar una casa de alquiler provisional para tener un techo donde resguardarse después de la derrota. Este breve plazo contrasta con el caso español en el que es habitual que transcurran dos meses hasta que se constituyan las Cortes y sea investido el Presidente del Gobierno.

Como decíamos, si Gordon Brown se atrinchera en el 10 de Downing Street, como parece desprenderse de las primeras declaraciones de sus colaboradores, con la esperanza de formar Gobierno, el 25 de mayo será decisivo por cuanto la Reina pronunciará el programa de Gobierno en el inicio de las sesiones parlamentarias y posteriormente deberá ser ratificado por la Cámara de los Comunes. En caso de no obtener la confianza de la Cámara, deberá presentar irremediablemente la renuncia y previsiblemente David Cameron será nombrado Primer Ministro con un Parlamento en minoría por lo que difícilmente podrá tirar adelante las medidas más importantes de su programa electoral y con toda probabilidad deberá convocar nuevas elecciones antes de un año.

Para más información recomiendo visitar el blog de Pedro Soriano que ha dedicado varias entradas a comentar el proceso electoral.

Así mismo, además de la cobertura que está ofreciendo la BBC minuto a minuto, en castellano se puede consultar el análisis de El Mundo.

También resulta muy interesante el artículo sobre el relevante papel de la Reina a la hora de encargar la formación de Gobierno. Isabel II, en sus 58 años de reinado, ha visto pasar a 11 Premiers desde Sir Winston Churchill a Gordon Brown.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Elecciones en el 10 de Downing Street

A pocos días del 70 aniversario de la llegara al poder de Winston Churchill, otro conservador puede ser el nuevo Primer Ministro si consigue formar una mayoría suficiente para gobernar después de las elecciones del 6 de mayo de 2010.

Desde las páginas de La Vanguardia podemos leer las noticias de las victorias, derrotas, acuerdos y defenestraciones que se han producido entre los inquilinos del 10 de Downing Street de los últimos 130 años.

Las primeras referencias que encontramos son de las repetidas alternancias entre Robert Arthur Talbot Gascoyne-Cecil, Lord Salisbury, y William Ewart Gladstone, quienes durante catorce años se intercambiaron el poder representando respectivamente a conservadores y liberales.

El sistema electoral británico facilita el bipartidismo, entre conservadores y laboristas los últimos ochenta y ocho años, si bien en determinadas ocasiones surge una tercera formación en disputa, los liberales, como en la actual campaña electoral en la que Nick Clegg ha adquirido un protagonismo especial. Esta relevancia se debe en buena medida al anquilosamiento de los dos partidos tradicionales, puesto de manifiesto con el escándalo de gastos excesivos de los diputados destapado recientemente, y la imagen de aire fresco que presenta el líder liberal. El último Primer Ministro por el Partido Liberal fue Lloyd George en 1916.

Cuando se pregunta cuál es el inquilino más relevante de Downing Street, probablemente la respuesta más habitual es Sir Winston Churchill, quien se convirtió en Primer Ministro en un momento dramático para la Nación, después de la dimisión de Neville Chamberlain iniciada la II Guerra Mundial. El Viejo León tenía 66 años cuando llegó “su mejor hora”. Aún resuenan en la Cámara de los Comunes sus primeras palabras como Premier el 13 de mayo de 1940, prometiendo “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Su liderazgo contribuyó a la unión de toda la Nación hasta la victoria contra el nazismo. El día de la victoria, una inmensa multitud de británicos se agolpaban alrededor del Palacio de Buckingham para aclamar como un héroe a Churchill y a los reyes Jorge VI e Isabel.

Sin embargo, el líder que había dirigido el país durante la Guerra, no obtuvo la confianza de los ciudadanos en las elecciones de 1945, celebradas dos meses después del V-Day, y fue derrotado por el laborista Atlee. Sin embargo, en los siguientes comicios, el pueblo británico volvería a conceder su confianza a Churchill para la más alta responsabilidad. Falleció a los 90 años de edad recibiendo el más emotivo homenaje que nunca antes se ha tributado a ningún político.

En 1979 llegaba una mujer por primera vez al 10 de Downing Street. Margaret Thatcher, al tomar posesión del cargo, citó a San Francisco de Asís “donde hay discordia, podemos traer armonía; donde hay un error, podemos traer verdad; donde hay duda, podemos traer fe y donde hay desesperación, podemos traer esperanza” y recordó sus orígenes humildes, “se lo debo todo a mi padre" (propietario de una tienda de últramarinos) "él me educó en todas las cosas en las que creo, que son los valores por los que he luchado en estos comicios. Y es apasionante para mí saber que son esas cosas que aprendí en un pueblo pequeño, en un hogar muy modesto, precisamente las que han ganado estas elecciones”. Su mandato significó una auténtica revolución conservadora, en plena sintonía con el presidente estadounidense Ronald Reagan. Algunos de los principales jalones de sus tres mandatos son la guerra de las Malvinas, el combate contra los sindicatos y el enfrentamiento con la Unión Europea. Después de una batalla interna por el liderazgo del Partido Conservador, Lady Thatcher presentó la dimisión como Premier y fue sustituida por el gris John Major. Contra todo pronóstico, éste ganó las siguientes elecciones pero no pudo hacer frente a otra revolución, esta vez de los laboristas, encabezados por uno de los primeros ministros más jóvenes de la historia. Tony Blair consiguió modernizar el Partido Laborista desprendiéndole de las viejas ideas socialistas, convirtiéndolo en la “tercera vía” que él bautizó. Blair demostró su liderazgo desde pocos meses después de su elección, con la muerte de la princesa Diana de Gales aplacando las críticas de la sociedad ante la inicial posición inflexible de la Familia Real en contraste con las emociones desbordadas de la ciudadanía.

El inicio del fin del que parecía todopoderoso Tony Blair llegó con la implicación del Reino Unido en la guerra de Irak y el descubrimiento posterior que no había dicho toda la verdad para justificar su participación. Presionado también por corrientes internas del Partido Laborista, cedió el poder a quien había sido su ministro de Economía y antaño amigo, Gordon Brown.

El actual Primer Ministro podría hacer la mudanza sin haber ganado ninguna elección en el caso que David Cameron consiga llevar a los conservadores al 10 de Downing Street después de trece años de gobiernos socialistas.

En esta página publico la relación completa de todos los Premier de los últimos 130 años con enlaces a las páginas de La Vanguardia que lo explicaban "en presente".