Winston Churchill, de cuyo fallecimiento se cumplirán este domingo cuarenta y cinco años, fue un gigante del siglo XX que tocó todas las teclas. Fue corresponsal de guerra, historiador, orador, gran bebedor de coñac y primer ministro. También fue pintor, albañil, novelista, aviador, soldado y propietario
de caballos. Y también fue inventor. En marzo de 1921, en El Cairo, inventó el Oriente Medio moderno.
Churchill, entonces secretario de Colonias británico, convocó una conferencia
en El Cairo después de que la Sociedad de Naciones otorgara a Londres los mandatos de Palestina, Transjordania e Iraq. Churchill reunió a cuarenta expertos y políticos, entre ellos Gertrude Bell, la primera mujer nombrada para un puesto con autoridad política en el servicio colonial británico; sir Percy Cox, alto comisionado en Mesopotamia, y T.E. Lawrence (Lawrence de Arabia, para entendernos). A estos cuarenta, Churchill los denominó, con humor inglés, los “cuarenta ladrones”, según Christopher Catherwood, autor de Winston's folly (2004). Y en el cónclave, rodeado del mayor secreto, se tomaron decisiones sobre las hasta entonces provincias árabes del imperio otomano que aún hoy hacen de Oriente Medio una región convulsa. Primero se diseñó el reino títere de Iraq para Faisal ibn Husein, que pasó a ser Faisal I; después, con el mismo tiralíneas, se dibujó el emirato de Transjordania (hoy, Jordania) para Abdulah I ibn Husein, hermano de Faisal y también hijo de Husein ibn Ali, quien en la Primera Guerra Mundial cambió de bando, animado por Lawrence, para apoyar a los británicos. Catherwood ha escrito: “No es ninguna exageración afirmar que (Churchill) creó el mapa de Oriente Medio que hoy conocemos”.
Londres hizo promesas contradictorias para ganar aliados contra los otomanos,
que luchaban junto a los imperios alemán y austrohúngaro. A los árabes les prometió la independencia; a los judíos, un Hogar Nacional en Palestina (declaración Balfour, 1917), y, secretamente, pactó con París (acuerdo Sykes-Picot) el reparto de los territorios que había prometido a árabes y judíos.
En 1915, sir Henry McMahon, alto comisionado británico en El Cairo, entabló las primeras negociaciones con Husein ibn Ali, que se decía descendiente de Hachem, a su vez descendiente de Ismael (hijo de Abraham) y bisabuelo de Mahoma, por lo que era reconocido como jerife de La Meca, en Hiyaz, región de la península Arábiga. McMahon prometió a Husein que si los árabes se alzaban contra los otomanos, Gran Bretaña estaba “dispuesta a apoyar la independencia de los árabes dentro de los límites solicitados por el jerife de La
Meca”. El tiralíneas colonial trazó entonces una divisoria un tanto difusa, pero Husein entendió que todos los territorios se convertirían en un Estado árabe independiente. Londres no pensaba exactamente lo mismo. Años más tarde, McMahon dio su versión: “Considero que era mi deber afirmar, y así lo hice de manera enfática, que no pretendía asegurar al rey Husein la inclusión de Palestina en el área sobre la que había prometido la independencia árabe”. (London Times, 23/VII/1937).
En 1916, Mark Sykes, diputado británico, y Charles-Georges Picot, ex cónsul general francés en Beirut, concluyeron un pacto secreto, con la aquiescencia de Rusia, para repartirse los territorios árabes e ignorar lo que McMahon había prometido a Husein. Francia se quedó con la costa siria (hoy, Líbano); Gran Bretaña, con Bagdad y Basora (hoy, Iraq); Palestina sería administrada internacionalmente, y el resto (las actuales Siria, Mosul y Jordania) tendría jefes árabes supervisados por los gobiernos de París y Londres.
Nada más suscribir el acuerdo, sin embargo, los británicos se arrepintieron. Primero exigieron controlar Palestina y después desaprobaron que Mosul, donde comenzaba a brotar el petróleo, pasara a Francia. En 1920, en San Remo, Oriente Medio fue dividido en cinco mandatos de la Sociedad de Naciones que deberían preparar las independencias: para París, Siria y Líbano;
para Londres, Palestina, Transjordania (hoy, Jordania) y el actual Iraq, integrado por Mosul, Bagdad y Basora.
Churchill consideró que Londres, con estos arreglos, cumplió lo prometido por McMahon. Pero los tres hijos de Husein no tuvieron suerte. La dinastía iraquí de Faisal fue derrocada en 1958. Abdulah reinó en Transjordania hasta 1951, cuando fue asesinado por un palestino. Y Ali sucedió a su padre en Hiyaz hasta 1925, año en que Ibn Saud, futuro fundador de Arabia Saudí, se lo arrebató. Ocho decenios después, en el 2003, Churchill fue la fuente que inspiró a Bush, quien, al invadir el Iraq de Sadam Husein en otro mes de marzo, quiso inventar
el Oriente Medio del siglo XXI.